martes, 27 de diciembre de 2022

Emaús, de Alessandro Baricco

Es la historia de un grupo de adolescentes –El Santo, Luca, Bobby y el narrador– de clase media y profundamente católicos. Su mundo de certezas monolíticas se trastoca al aparecer Andre, una chica de clase alta y costumbres liberales. El relato discurre sin temporalidad marcada, sin sobresaltos; no obstante, hechos graves suceden. 
 
El título –referencia al episodio evangélico de los dos discípulos camino de Emaús, después de la crucifixión– alude a la ignorancia de los jóvenes protagonistas, que viven un mundo doméstico, ajeno a la realidad. El propio protagonista lo reconoce: 
 
¿Cómo hemos podido no saber, durante tanto tiempo, nada de lo que era y, a pesar de todo, sentarnos a la mesa de todas las cosas y personas que íbamos encontrando a lo largo del camino? Corazones pequeños —los alimentamos con grandes ilusiones y al final del proceso caminamos igual que discípulos hacia Emaús, ciegos, al lado de amigos y amores que no reconocemos —fiándonos de un Dios que ya no sabe nada sobre sí mismo. Por eso conocemos la marcha de las cosas y luego recibimos el final de las mismas, pero siempre ausentes de su corazón. Somos aurora y, no obstante, epílogo —perenne descubrimiento tardío. 
 
Se ha dicho de la novela que refleja la luz y el sufrimiento de la adolescencia. No digo que no, no niego que posee lirismo, que abunda en frases que te hacen detener la lectura para revisarlas, atenderlas, reflexionarlas. Es, sin duda, una obra de Baricco. Sin embargo, se me ha hecho pesada, no me ha gustado.

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